Sunday, January 19, 2014

Un Lindo Sueño Hecho Realidad: El Amor

  Estábamos tu y yo frente a frente, era nuestra primera vez. Los dos ansiosos por fundir nuestros cuerpos en un sólo ser. Todo había sido planeado desde tiempo atrás, esa eternidad por la que tanto esperamos por fin llegaba a su final; era la fecha y el momento ideal. Las condiciones estaban dadas, la Naturaleza y el Universo conspiraban a nuestro favor.
   Los dos emocionados, la felicidad embargaba a nuestros corazones. ¿Cómo no estarlo? Por fin yo te tendría en mis brazos. Y ambos nos entregaríamos al deseo, pero no sólo al deseo carnal, sino al deseo del amor; ese que es como manantial, limpio y puro, y que va más allá de lo terrenal.
   Todo en un silencio total, sólo de nuestros corazones se escuchaba el palpitar, que cada vez aceleraba más y más; como un cántico que alababa la consumación del amor de dos nobles almas que se amaban. Pues no hacían falta las palabras, tus ojos y los míos hablaban por sí solos. Tu dulce mirar me lo pedía a gritos que hiciéramos el amor; tu coqueto parpadear me lo pedía y yo accedía a tu cautivadora mirada.
   Paso a paso, todo comenzó a su ritmo. No había prisas, teníamos todo el tiempo del mundo para amarnos. Suave y delicadamente te estreché en mis brazos; deslizando y acariciando con mis manos desde tus hombros hasta tus glúteos, donde hice una pausa y te apreté fuertemente con pasión, y mientras apretaba yo te besaba. Tus tiernos labios correspondieron a besar los míos. Esos lindos besos se intensificaron y se propagaron como fuego. Nuestros labios se hacías trizas como dos ardientes brasas que daban fuerza a una hoguera. ¡Que dicha la mía, de haber estado en el plano tierra, teletransportame a otra dimensión y besar el infinito!
   En un instante, fuera ropa; mientras tu desabotonabas mi camisa, yo de ti desprendía tu blusa. Mi camisa y tu blusa yacían rasgadas y hechas trizas en el suelo. Yo comencé a deslizar mis labios por tu cuello y así beso tras beso tatué tu pecho, como brasas ardientes cada beso quedaba sellado en tu piel. Mientras tanto y a la vez, un brasier se desprendía y caía al suelo, y así de tus tiernos manantiales yo bebía saciando mi sed. Después tu con tus suaves y delicadas manos me abrazabas y me acariciabas. Pasaste tus manos por el césped de mi pecho y tus labios también, recorriéndote cada vez más hacia abajo. Mi estomago sentía el cosquilleo que tus dulces labios y tus tiernas caricias provocaban, y mi cuerpo se estremecía. ¡Que momento tan bello, hacer de la Tierra el Cielo, acariciar las estrellas y besar el infinito!
    De pronto la hebilla de mi cinto tu desabrochabas, después mis pantalones; bajaste el cierre y metiste tu mano. Poco a poco mis pantalones se deslizaban hasta que cayeron por completo. Tus tiernas manos y tus labios pétalos de rosa acariciaban y ahí besaban. Tu saciabas tu sed en mi, como yo ya lo había hecho en ti. ¡Que experiencia tan agradable y bella, cual ninguna en éste plano tierra!
    La pasión cada vez más nos arrastraba a culminar lo que ya habíamos comenzado. Mirándote fijamente a los ojos yo te tomé por la cintura, y con mis ásperas manos yo tu falda desprendía en pedacitos. Te arroje fuerte pero delicadamente a la cama, tu caías y sobre de ti yo iba. Los dos caímos, uno sobre de otro. Comencé a deslizarme sobre ti. Un par de ropa interior salieron volando hasta el último rincón de la habitación. Por fin los dos en posición, haríamos contacto por primera vez el uno con el otro. Yo coloqué mis ansias y mis deseos en ti, y tú, tu amor y tu ternura depositabas en mi. Suave y delicadamente te tome, poco a poquito. Después, los va y ven comenzaron, de moderado a intenso pasaron. Nuestra respiración cada vez más fuerte y acelerada crecía. Aquel silencio total desapareció, los gemidos hicieron su aparición. Y la madera de la cama crujía, como un temblor que la partiría en dos. Tu y yo, uno a uno, turno tras turno, posición tras posición, brinco tras brinco, uno al otro montaba, la pasión nos envolvía y nos abrazaba como una llamarada. A lo lejos por la ventana se veía la luna llena resplandecer y las estrellas brillar. Tu y yo seguíamos envueltos en el deseo y el placer, hasta que los agudos cánticos de los gallos se escucharon y los primeros rayos del astro rey desvanecieron la noche, y comenzó el nuevo amanecer. Buenos días mi amor, me dijiste con una resplandeciente sonrisa y con un empalagado, prolongado y rico beso, después de haber hecho el amor.
    Finalmente, dos almas, dos corazones, dos seres que tanto se deseaban habían probado lo que era el amor. Nos habíamos fundido en un solo ser, en una sola alma, como dos antorchas que juntas formaban una sola fogata. Y así por primera vez, durante toda una linda noche de luna llena y un cielo estrellado, los dos hicimos el amor y el amor nos hizo.